María en sueños.

Nota: Las noches suelen acosarme con pesadillas y parálisis del sueño, pero esto no está tan mal porque a veces me dan el material bruto que necesito para escribir un cuento y espero que a fuerza de práctica algún modelado me quede un poco mejor que decente. Este relato tiene la particularidad de ser la transcripción literal de algo que me pasó un par de noches atrás, eso que llamaría «una historia real» si no creyera que todo suceso es ficcional.

Era un mediodía soleado, vísperas de una tarde alegre. Podría decir que nos rodeaba un clima templado, pero no estoy seguro. Lo supongo en base a las imágenes oníricas que sin voluntad produje durante el dormir que antes de terminar abruptamente me envolvía con la fuerza de lo real.

Junto con mi familia y mi novia nos disponíamos a hacer un asado en la terraza del edificio que abandonaba (creo recordar que en el sueño se establecía que por un largo período había habitado ese domicilio, pero no sabría especificar más). Allí hablábamos sobre la historia de Dear David y otras cuestiones paranormales.   Fue por eso que llevé a mi padre hasta las cercanías de una casilla en la que se guardaban las herramientas del encargado. “Allí -comenté- nacen todas las apariciones de las que hablan los vecinos”. Yo no había presenciado ninguna, pero oscuramente sabía que era común escuchar los gritos de personas espantadas en los pasillos nocturnos.

Lenta y convenientemente vi aparecer una figura que luego de unos instantes obtuvo la apariencia de una mujer ni muy joven ni muy anciana, de piel grisácea y nariz tosca y aguileña. Petrificado la vi caminar hacia la puerta y luego salir. Hipnotizado comencé a repetir un saludo. “Hola María” decía una y otra vez, como un mantra involuntario, tanto en el sueño como en la realidad, como un puente de palabras. No era un pronunciar corriente; era como un canto de sirenas con el que me atrapaba a mí mismo, que me dejaba poseído por una música lúgubre y eclesiástica, con la forma de un canto gregoriano.

Con esfuerzo miré a mi padre que me observaba extrañado, por lo que constaté que la visión me había tomado únicamente a mí. Y tanto fue así que lentamente todo a mi alrededor comenzó a oscurecerse y a desaparecer, inclusive María. Rodeado de tinieblas podía sentir la presencia fantasmática, pero ya no verla. La marea oscura no solo me envolvía; también me tumbó y así me trasladó hasta un sitio que en principio no logré reconocer dado que la visión era nula. Progresivamente la oscuridad se fue difuminando y pude constatar que estaba en mi habitación, recostado inmóvil en mi cama. En ningún momento había dejado de repetir el mantra. De un modo que no alcanzo a comprender supe que la presencia se hallaba de pie en el otro extremo de mi habitación y aunque no lograba verla pude presentir su paso lento acercándose a mí. Traté de moverme y de gritar, pero lo único que mi boca sabía pronunciar era “Hola María”. Cuando llegó a mi lado se detuvo a mi derecha, junto a mi cara, entre la cama, el velador y la pared de mi habitación. Desde su altura me observó por un instante. En ese momento la desesperación fue máxima y el mantra, vociferado, logró devolverme a la conciencia.

Ominoso y terrible despertar: la realidad, como calcada del sueño, me encontraba tendido en mi cama, petrificado, en una habitación oscura, con el aire todavía poblado por los ecos del mantra. Sólo una cosa había cambiado: en la realidad no estaba solo. A los pies de la cama pude ver a mi gata. Pero extrañamente esta noche no dormía. Desde su sitio, con gesto combativo, observaba tenazmente el espacio vacío que había a mi lado, entre la cama, el velador y la pared de mi habitación.